5 instrumentos de tortura de la Inquisición

No hay duda de que la historia de la humanidad está llena de disparates que, en nombre de reyes, dioses y demás personalidades, se llevaron a cabo para sufrimiento de miles de personas. Si observamos algunos instrumentos de tortura de la Inquisición, observamos las barbaridades que se llegaron a perpetrar contra la vida humana.

Si bien es cierto que la Inquisición española es la que más leyenda negra posee, sobre todo creada en el mundo anglosajón, la realidad es que no fue tanto como se dice. De hecho, a tenor de los estudios de que disponemos, no se usaba tanto la tortura como mucha gente piensa.

Lo cierto es que un condenado, con entrar en la cámara de tortura y observar aquellos aparatos, ya confesaba todo lo que la Inquisición quería, así que rara vez se debía llegar a medidas tan drásticas.

Veamos pues qué instrumentos se utilizaban para arrancar confesiones de los atormentados, especialmente a los judeoconversos, que rara vez eran capaces de escapar de sus garras.

Instrumentos de tortura de la inquisición

Uno de los más salvajes era la doncella de hierro. El aparato se origina en Alemania, y consiste en un ataúd vertical al que se le añadía un rostro femenino. Este equipo terrorífico alojaba clavos de hierro puntiagudos en su interior que se clavaban en el cuerpo del condenado para su martirio.

Casi más salvaje es el aplastacabezas, originario de la Edad Media. El condenado apoyaba la barbilla sobre una base donde dejaba la cabeza encajada en un casquete. Al girar el tornillo, comenzaba por romper dientes y mandíbula para terminar por destrozar el cráneo expulsando el cerebro por la cavidad ocular.

El clásico potro de tortura llevaba a los condenados a colocarse boca arriba sobre una tabla. Tras atarlos de pies y manos, eran estirados por medio de poleas hasta dislocar las extremidades.

La horquilla del hereje era un tridente de cuatro puntas que se clavaban entre el esternón y la barbilla. Al no poder moverse, el condenado no podía hablar, aunque sí musitar algunas palabras, generalmente, renegar de sus creencias.

Las ruedas de despedazar también eran bastante salvajes. El condenado se colocaba en el suelo sin ropa y sobre él pasaba la rueda rompiendo los huesos de todo el cuerpo. Luego, era atado a dicha rueda, que se colocaba sobre un poste en el que moría entre dolor y agonía siendo alimentado con comida y agua mientras era comido por las aves carroñeras.

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