Los niños ahora vienen de Kiev: unas 200 parejas españolas viajan cada año para que las ucranianas les hagan padres

AMAYA LARRAÑETA

  • La mayor ciudad de Ucrania se ha convertido en la capital europea de la gestación subrogada comercial.
  • Matrimonios de medio mundo con problemas de fertilidad pagan a las ucranianas para que tengan a sus hijos.
  • El auge del sector trae fraude y abusos que no desaniman a las parejas españolas, más de 200 el último año.

Gestación subrogada en Kiev

Los niños ya no vienen de París, si no de Kiev. Ucrania se ha convertido prácticamente en el único país del mundo, junto con Georgia, que comercializa viajes organizados de maternidad subrogada (vientres de alquiler) a precios asequibles para matrimonios heterosexuales europeos de clase media que recalan en Kiev en la última etapa de un tortuoso viaje hacia la paternidad.

Funciona así, básicamente. Una mujer ucraniana gesta y da a luz a un bebé genéticamente de padre español y ovodonante. A cambio del embarazo y del parto la gestante cobra entre 10.000 y 17.000 euros. Dependerá de qué agencia la contrate, de su capacidad de negociación, de la oferta y la demanda, de si es gemelar y acaba en cesárea. Su asignación no llegará sin embargo al 20% del coste total del proceso, unos 65.000 euros. El resto alimenta un bizarro sector privado surgido alrededor de la maternidad subrogada: empresas que asesoran a los futuros padres en sus países de origen, agencias ucranianas que reclutan y supervisan a las gestantes, clínicas de reproducción asistida, abogados, notarios de Kiev… El parto corre a cargo de la sanidad pública de Ucrania.

Sin estadísticas oficiales hasta la fecha, el sector en Ucrania dice que los españoles son de entre los europeos los que más bebés encargan, y sus cálculos hablan de más de 200 familias y unos 300 recién nacidos en el último año mediante una práctica que no tiene encaje legal en España.

Para la ley ucraniana el hijo es de los padres genéticos, pero España no reconoce este certificado de nacimiento. Por eso el consulado hace su propio reconocimiento paternofilial antes de inscribir al bebé en el registro español como hijo extramatrimonial y permitir su regreso a España. Entre los trabajadores consulares llaman  a este acto oficial el «teatro» o «circo», porque la gestante, ante el cónsul, dirá que el hombre español es el padre y que su marido se da por enterado. Mientras, la española que criará al bebé espera un piso más abajo a que acabe la función.

La investigación por la presunta venta de un niño a unos italianos en la clínica de Kiev con más clientes por sus precios competitivos  (BioTexCom) llevó en agosto al Gobierno de España a desaconsejar formalmente los viajes a Ucrania para ser padres. La advertencia ha reabierto el agrio debate nacional sobre la regulación de la gestación subrogada, que solo defiende Ciudadanos, pero no ha frenado la llegada de españoles quieriendo ser padres en Ucrania. Están en el avión de Múnich a Kiev, en los pasillos de las clínicas firmando contratos, en apartamentos disgregados por la capital y en hoteles esperando partos o dando los primeros biberones.

¿Qué parejas se rehipotecan para ser padres contratando a una desconocida en un país de alfabeto ininteligible, con una revolución cada diez años y en guerra con Rusia? ¿Qué mujeres dedican nueve meses de su vida a traer al mundo a los hijos de extranjeros? ¿Qué opinan los ucranianos de que se diga que son «el útero de Europa» debido a este turismo reproductivo?

De la mano de la agencia española de subrogación Interfertility viajamos a Kiev a buscar respuestas. Con sus traductoras, de Uber en Uber, recorremos en 72 horas tres clínicas de reproducción asistida, las residencias de varias parejas españolas, un hotel repleto de padres recientes, el piso compartido por tres gestantes ucranianas a escasas semanas del parto y una asociación feminista, La Strada.

Los padres

Las conversaciones mantenidas con media docena de parejas españolas en Kiev revela en ellas un perfil similar. No solamente porque sean matrimonios heterosexuales con problemas de fertilidad, que así lo exige la ley ucraniana, es que además han transitado una ruta idéntica hasta llegar aquí. Un camino de enfermedades graves, abortos u operaciones, tratamientos de fertilidad, intentos de adopción y de acogida… Pasos que relatan con un sufrimiento que se palpa, voces temblorosas y llantos espontáneos. 

Los insultos que reciben estos días en redes sociales cuando defienden la subrogación, les llaman desgraciados y criminales, hace que muchos no quieran ver su nombre en el periódico. Además, no todo su entorno conoce bien hasta dónde les ha llevado el «sueño de ser padres». Lo llaman su sueño, pero más pareciera que buscan despertar de la pesadilla vital de no poder tener hijos. Una situación que ha puesto en jaque sus relaciones e incluso su estabilidad física y mental. Confiesan lutos a cada obstáculo y no ocultan, por ejemplo, ni visitas al psicólogo para poder volver a mirar a los bebés de otras parejas sin sentir que se les cierra la boca del estómago.

Los costes competitivos en relación con EE UU, donde contratar a una gestante puede salir por hasta 200.000 euros, es lo que les hace en ultima instancia decidirse por Ucrania. Unos se han rehipotecado, otros han pedido préstamos personales o aceptado ayudas. Han vivido a base de arroz y pollo, sin comprar ropa nueva, ni salir de cañas, que cada euro tenía que llegar a Kiev. A los precios accesibles se añade que Ucrania les ha sabido dar garantías. De crear este constructo de seguridad se encargan magistralmente los intermediarios. Cada eslabón de la cadena vive diciendo que «todo va a salir bien». De seguros que están incluso comercializan paquetes ‘todo incluido’ y «con bebé garantizado».

La gestación subrogada, pese a todo, no es un proceso fácil, dicen estos españoles. «Es una montaña rusa emocional, como ya nos avisaron». No ayuda la lejanía física (más de 3.000 kilómetros al Este), ni la cultural, que dificulta la comunicación con las mujeres que «incuban» a sus hijos. Casi todos se refieren a ellas como sus «ángeles«, porque les causan veneración y prometen «agradecimiento eterno» por darles «el mejor regalo de la vida». Con ojos humedecidos, defienden con vehemencia la compensación económica que les dan «por su esfuerzo y por los riesgos» que están convencidos que aceptan «libremente y sin coacciones».

Las gestantes

Para encontrar quien hable inglés en las calles de capital, una megalópolis de cuatro millones de habitantes, hay que parar a los menores de 30 años. Nadya (19, estudiante de químicas) y Mykola (20, de ciencia política) conversan en la puerta de su Universidad. Saben que en su país hay mujeres jóvenes que aceptan tener hijos para matrimonios extranjeros porque las paredes del metro están llenas de anuncios que buscan gestantes y que algunas feministas vandalizan. «La mayoría de las chicas que aceptan ser madres gestantes son del campo ucraniano. No pueden venir a la ciudad, estudiar y prosperar, porque Kiev es cada vez más cara», explica Mykola, «en el mundo rural les faltan oportunidades y los hombres, sin trabajo, mueren alcoholizados a los cuarenta». Nadya apostilla: «Por eso las mujeres venden sus cuerpos para vivir».

El primer contacto con madres subrogadas, así las llaman en iev, llega fruto de la curiosidad por comprobar si la clínica bajo investigación criminal, BioTexCom, está operativa. El portón de un recinto vallado se abre para dar paso a un coche. Dentro hay poco movimiento, pero los trabajadores están en sus puestos. Dos chicas, visiblemente embarazadas, beben chocolate caliente en el jardín. Son llamativamente jóvenes y muy esquivas. Hablan poco y con monosílabos. Antes de que un hombre nos pida que nos marchemos una tercera joven de aspecto muy descuidado cuenta que ella vive en Donetsk, la región en conflicto bélico en la frontera de Rusia y que ha aceptado «por dinero» que BioTex la traiga a Kiev de nuevo para repetir un segundo embarazo, el cuarto contando con los de sus dos hijos.

El portón de la clínica se cierra de golpe  y la siguiente parada es un arrabal de Kiev. Allí está el piso que comparten tres mujeres gestantes a las que les quedan pocas semanas para dar a luz. La agencia ucraniana que las contrató las ha traído a la capital desde sus localidades rurales, en un radio de 250 kilómetros, para controlar la evolución de su embarazo, prepararlas para el parto y evitar riesgos de última hora. Han dejado detrás a sus hijos al cuidado de sus madres o suegras y pasan el día, básicamente, descansando, cocinando, y charlando alrededor de la mesa de la cocina mientras moldean figurillas de plastilina.

Las tres tuvieron noticias sobre la existencia de la maternidad subrogada por anuncios en Internet y aceptaron seducidas por la promesa de que en 9 meses pueden reunir más dinero que en años de trabajo. En Ucrania el salario mínimo es de 100 euros (ocho veces menor que en España) y el sueldo medio no llega a 300 euros al mes. «La cantidad que nos dan es muy alta. De donde yo vengo en ningún sitio la ganaría», reconocen. Ninguna ha sido forzada a ser gestante y no tienen quejas del trato que reciben ni se sienten utilizadas ni objetos, dicen a través de la traductora.

Con sorpresa acogen la pregunta de si en algún momento han sentido esos hijos como suyos. Niegan con la cabeza y argumentan que es que genéticamente no son hijos suyos y solo los están cuidando. Tampoco anticipan sufrimiento a la hora de entregarlos a otras personas. Con el devenir de la conversación preguntarán ellas por qué tantos españoles viajan a Ucrania a ser padres. Al saber que su país es de los pocos sitios en el mundo donde sigue siendo legal y que aquí los extranjeros tienen que pagar menos que en EE UU o Canadá, responden: «¡Pues habrá que ir a ser gestante a Canadá!».

Abusos y desprotección

El cierre India, Nepal o México a la gestación para extranjeros es, en efecto, lo que ha reconducido casi toda la demanda internacional hacia Ucrania. No solo hay padres de intención españoles en Kiev. En el hotel 365, donde la acumulación de carritos dificulta el paso y se oyen llantos de decenas de bebés reclamando biberones, hay parejas españolas, portuguesas, italianas, francesas y chinas cuidando de bebés y esperando los trámites burocráticos para regresar a casa. Incluso hay estadounidenses, que no pueden permitirse económicamente hacerlo en su propio país, donde en algunos estados es legal desde hace 35 años.

El sector  achaca a esta explosión de la demanda un efecto llamada al negocio de gente sin escrúpulos. Sea por lo que sea, timidamente las autoridades y la sociedad ucranianas empiezan a constatar abusos y ha preocuparse de la desprotección de las madres gestantes.

La abogada Maryna Legenka lleva 12 años trabajando para la ONG feminista La Strada. Su organización nació para luchar contra la trata en la prostitución, la violencia de género y el acoso sexual en Ucrania. Desde hace dos años la maternidad subrogada también es uno de sus ejes de trabajo, desde que empezaron a recibir llamadas de madres gestantes pidiendo ayuda psicológica y jurídica. Del 1 de enero de 2017 hasta hoy la asociación ha recibido 170 denuncias de gestantes. Un tercio de ellas sufre secuelas psicológicas postparto y tras desprenderse del bebé. Una llamó recientemente para denunciar que su marido, en el paro, la presionaba para que se hiciera gestante.

La organización de Legenka dice que en su seno hay posturas encontradas sobre la  gestación subrogada, así que como organización no han tomado una postura al respecto. Sus esfuerzos se centran en asesorar a los partidos políticos que diseñan la nueva ley con la que Ucrania aspira a clarificar conceptos y procedimientos sobre la gestación subrogada. Quieren incidir en que la norma «tenga en cuenta no solo los intereses de los padres, sino también los derechos e intereses de las gestantes». Así, Legenka pediría poner coto a las agresivas campañas publicitarias que reclutan a las gestantes. «No solo es la cantidad de anuncios que hay, que son muchos, es el mensaje que lanzan de que es algo totalmente seguro. Y no es así. Siempre hay riesgos médicos conectados con el embarazo, sea por subrogación o no», asegura.

En el avión de regreso, vía Múnich, viaja un español que preguntado por su motivo de viaje dirá «razones médicas» para confirmar después que ha ido a iniciar un proceso de subrogación. Ha ido a una clínica ha dejar su semen, que en fresco ha sido transferido al óvulo de una donante. Les han salido 15 embriones, que pronto le serán transferidos a una joven a la que eligieron porque les dio «la sensación de sabía lo que hacía y de quería hacerlo». En unos días les llamarán a Barcelona para comunicarles si está embarazada. En nueve meses podrían tener que volver a Kiev a por su hijo.

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